sábado, 27 de febrero de 2010

¿Creyó o no?


El Señor dijo a Abram: «Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas.» Y le dijo: «Así será tu descendencia.» Y creyó él en Yahvé, el cual se lo reputó por justicia. Y le dijo: «Yo soy Yahvé, que te saqué de Ur de los caldeos para darte esta tierra en propiedad.» Él dijo: «Mi Señor, Yahvé, ¿en qué conoceré que ha de ser mía?» (Gn 15, 5-8)

Parece que hubiera una especie de contradicción en este texto. Por un lado se dice que Abram creyó inmediatamente lo que Dios le decía, lo cual se le tuvo en cuenta para ser considerado un justo, al modo bíblico, es decir, un santo, un amigo de Dios. Sí, le creyó que como las estrellas sería su descendencia. Y a continuación Dios parece como ponerle la firma a su promesa: "Yo soy Yahvé, que te saqué de Ur de los caldeos para darte esta tierra en herencia".
Pero por el otro, inmediatamente Abrám le pregunta "¿Cómo sabré que ha de ser mía?" Si le dijo que iba a ser suya esa tierra, ¿por qué preguntó "¿Cómo sabré que ha de ser mía?" ¿Le creyó o no le creyó?
Varias veces aparece en todo el ciclo de Abraham que él parece no creer ciegamente, porque Dios demora en darle el hijo prometido, primero le obedece a Saray cuando le da a Agar como mujer para que tenga descendencia (cap. 16), luego cuando Yahvé se le manifiesta a los 99 años y le promete el hijo, él se ríe porque piensa cómo un hombre viejo de 100 años va a tener un hijo (cap. 17), etc.
Pero Dios no se va y cumple su promesa, porque ha hecho alianza con él, alianza sellada con la aceptación de la ofrenda puesta por Abram sobre las piedras (Gn 15, 17-18) al quemarlas Él mismo en holocausto. Y Abram, una vez que le cambiaron el nombre a Abraham, también aceptó la alianza con la circuncisión. 
En nuestra Comunidad hemos tenido la experiencia de haber recibido cosas de Dios, y hemos creído por gracia de Él. Pero al mismo tiempo, al hacer el camino por donde nos llamó, cuando no teníamos las cosas claras hemos intentado ir por donde nos parecía mejor. Sin embargo, muchas veces el Señor tenía otros planes, otros designios. Y nos forzó a buscar sus signos para no armar nuestro propio plan, sino escuchar, aceptar y cumplir el suyo. Esos signos han sido varios: la autoridad de la Iglesia, que a lo largo de estos primeros 25 años, ha sido instrumento de Dios para conducirnos y hacernos madurar; la necesidad profunda de la gente; la pobreza nuestra, porque Dios es el que hace la obra; y otros signos que hemos tenido personalmente, que nos reservamos de compartir por prudencia.
En suma, comprendemos la pregunta de Abram: "¿Cómo sabré que ha de ser mía?" porque es como preguntarle a Dios ¿qué signo tengo de que esto es tuyo y no fruto de mi imaginación? ¿debo esperar o debo provocar que suceda? ¿me lo darás por gracia o por esfuerzo mío? Y se pueden hacer muchas preguntas más.
Desde nuestra experiencia, compartimos que Dios no nos ha dejado ponerle delante nuestros planes, Él nos ha puesto los suyos. Calasanz fue un hombre de obediencia, virtuosamente, y es nuestro ejemplo. Nuestro carisma y misión no es cabezonada nuestra, no es un proyecto nuestro, ha sido dado por el Señor, y discernido durante todo el tiempo que tenemos de existencia como comunidad. Y sabemos que es una gracia para el mundo, un tesoro enorme, en una fragilísima vasija de barro que es nuestra comunidad.
Animamos a quien lea esto a que se anime a entregarse a Dios totalmente, a hacer el proceso de aprender a obedecerle para que se haga su voluntad así en la tierra como en el cielo. 

miércoles, 24 de febrero de 2010

Perseverar firmemente

"Perseveren firmemente en el Señor". (Flp 4,1)

Abraham creyó en el Señor, creyó en la promesa que le hizo. Y aunque pasó por muchas vicisitudes, le creyó siempre, y se mantuvo en esa fe firmemente.
Nosotros, que hemos escuchado todos estos siglos el testimonio siempre fiel de la Iglesia de que Jesús murió y resucitó y por eso se nos dio la posibilidad de volver a casa, de volver a la comunión con Dios, estamos en la misma disyuntiva de Abraham, porque las vicisitudes de nuestras vidas son muchas, son muchas las pruebas, muchos los sacudones, muchas las tentaciones, muchos los desencantos, muchos los pecados, incluso de los mismos miembros del pueblo de Dios (también de los pastores). Muchas cosas nos sacuden la fe, nos sacuden la esperanza, nos enfrían el amor.
Perseverar firmemente es la exhortación de San Pablo. Por Él. Porque Él no miente, no puede mentir, no engaña, no falla. Aunque nos parezca que se equivoca su sabiduría obra rectamente, su sabiduría obra conforme a la verdad, a la justicia y sobre todo al amor.
Perseverar con todas nuestras fuerzas aunque estemos en la oscuridad total del entendimiento. Aunque estemos en la soledad más grande, aunque no podamos ver ningún signo. El hecho de que la promesa ha sido pronunciada: "Yo quiero que donde esté Yo estén también ustedes" (Jn 14, 4), ya es suficiente porque Su Palabra no pasará, no quedará incumplida.
Perseverar firmemente porque confiamos plenamente. Porque nos alegramos de su amor paternal. Porque Él hace nuevas todas las cosas. 
Perseverar firmemente aunque no dominemos nada. Aunque no esté en nuestras manos nada más que nuestro sí, nuestro aceptar. Incluso en eso Él nos ayuda con su gracia.
Perseverar como los enfermos terminales, que sólo pueden entregarse, y que llegan a perder el miedo porque ven que son esperados por los brazos abiertos más amorosos y tiernos que existen: los del Padre Dios.

viernes, 19 de febrero de 2010

Postrarse

"Tu depositarás las primicias ante el Señor, tu Dios, y te postrarás delante de él." (Dt 26,10)


Hemos visto a mucha gente no arrodillarse ante el Santísimo Sacramento, ante Jesús Sacramentado, ante la hostia expuesta en la Misa o en la custodia para su adoración. A algunos le pasará que no pueden por sus dolores, pero otros quizá tengan una concepción equivocada de lo que sea arrodillarse.
La actitud de ponerse de rodillas tiene que expresar la actitud del alma de estar de rodillas ante Dios. Si no es sólo un signo exterior vacío de contenido. Por eso, mucha gente que no puede arrodillarse, acompaña el momento de la adoración en la consagración con una reverencia profunda, como hacen los sacerdotes concelebrantes en el momento de la adoración, tanto ante el pan como ante al cáliz, una vez consagrados.
Estar de rodillas ante Dios es signo de haber captado su inefable majestad, su inefable grandeza. Una grandeza no sólo en poder, sino en amor y en dignidad por su propio ser. Dios es Dios. Y significa que no hay otro sobre Él. 
Estar de rodillas ante Dios es estar conscientes de nuestra propia pequeñez, que aunque tenemos dignidad por el ser, no siempre nuestros actos son dignos de una hija o un hijo de Dios, como lo somos por adopción.
Estar de rodillas es achicarse ante el Grande. Pero no es un achicarse temeroso, apocado, destructivo, sino respetuoso y confiadísimo, porque Él es Padre. Es mi Padre. Y ante Él, sabiendo quién y cómo soy, el postrarme no es un despreciarme, sino un ubicarme realmente y en la verdad ante Él. Esa ubicación dimensiona mi ser, y mi entorno, mis decisiones y mis obras.
En la vida que llevamos hoy -tan consumista, y conducidos por todos los medios a seguir dependientes del tener y del placer- nos hace bien postrarnos ante Dios, que es más que arrodillarse, pero empieza por arrodillarse. Porque si de rodillas estoy achicado, empequeñecido, ante Él, estar postrado significa que estoy completamente a su merced, completamente expuesto a su voluntad, completamente entregado en confianza a su Amor que sé Infinito, y por eso no temo, aunque respeto absolutamente.
La postración es la actitud de oración más profunda y que lleva más rápido a conocer y comprender la voluntad amorosa del Dios que nos ha salvado por el acto de amor más grande e impresionante que Él nos haya podido regalar.
¡Bendito sea Dios!

miércoles, 10 de febrero de 2010

Fuente de esperanza

Lc 6,20   Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: "¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!"

Mucha gente sabe que en Dios puede confiar, y lo pregona, y muchas veces lo he visto pregonar imponiéndolo, sin tener en cuenta lo que le pasa al que necesita poder confiar y no puede.
La confianza, la esperanza, no se imponen, porque es un sentimiento personal, o nace en uno, o no está.
Confiar y esperar en Dios implica haber dado pasos interiores.
Sólo los niños o los que tienen alma de niños, inocencia, candor, simplicidad, sencillez, pueden confiar y esperar fácilmente en alguien que no conocen. Y, muchas veces, para llegar a conocer a Dios, hace falta superar muchos ídolos, muchos monstruos que se nos interpusieron entre Dios y nosotros, que nos estafaron, que nos dañaron, que nos hirieron, que nos humillaron...
Por eso, en muchos, es necesario pasar primero por un proceso de sanación, de purificación del "rostro" de Dios. Proceso que sane las heridas de los que prometieron y no cumplieron, de los que abusaron de su autoridad, de los que infundieron tanto miedo que paralizaron, de los que humillaron de tal manera que quebraron, de los que ejercieron tal violencia que mataron.
Dios grita en Jesús mostrando su verdadero rostro, el generoso, el compasivo, el fuerte que defiende al débil, el rostro del amor, que se hace realidad en el Reino, cuando Dios es reconocido en su reinado y son aceptados su soberanía y su dominio. El dominio de Dios es liberador de los pobres.
Cuando se hable de Dios y se anime a la confianza, hay que anunciar la verdad de este Dios que se da todo, a todos, pero que exige ser pobres ante él, porque quien no se hace pobre, quien no deja de poner su esperanza en los hombres o en los proyectos humanos, en las fuerzas humanas, en las palabras humanas, pierde todo. Y ese todo se llama Reino.