El Señor dijo a Abram: «Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas.» Y le dijo: «Así será tu descendencia.» Y creyó él en Yahvé, el cual se lo reputó por justicia. Y le dijo: «Yo soy Yahvé, que te saqué de Ur de los caldeos para darte esta tierra en propiedad.» Él dijo: «Mi Señor, Yahvé, ¿en qué conoceré que ha de ser mía?» (Gn 15, 5-8)
Parece que hubiera una especie de contradicción en este texto. Por un lado se dice que Abram creyó inmediatamente lo que Dios le decía, lo cual se le tuvo en cuenta para ser considerado un justo, al modo bíblico, es decir, un santo, un amigo de Dios. Sí, le creyó que como las estrellas sería su descendencia. Y a continuación Dios parece como ponerle la firma a su promesa: "Yo soy Yahvé, que te saqué de Ur de los caldeos para darte esta tierra en herencia".
Pero por el otro, inmediatamente Abrám le pregunta "¿Cómo sabré que ha de ser mía?" Si le dijo que iba a ser suya esa tierra, ¿por qué preguntó "¿Cómo sabré que ha de ser mía?" ¿Le creyó o no le creyó?
Varias veces aparece en todo el ciclo de Abraham que él parece no creer ciegamente, porque Dios demora en darle el hijo prometido, primero le obedece a Saray cuando le da a Agar como mujer para que tenga descendencia (cap. 16), luego cuando Yahvé se le manifiesta a los 99 años y le promete el hijo, él se ríe porque piensa cómo un hombre viejo de 100 años va a tener un hijo (cap. 17), etc.
Pero Dios no se va y cumple su promesa, porque ha hecho alianza con él, alianza sellada con la aceptación de la ofrenda puesta por Abram sobre las piedras (Gn 15, 17-18) al quemarlas Él mismo en holocausto. Y Abram, una vez que le cambiaron el nombre a Abraham, también aceptó la alianza con la circuncisión.
En nuestra Comunidad hemos tenido la experiencia de haber recibido cosas de Dios, y hemos creído por gracia de Él. Pero al mismo tiempo, al hacer el camino por donde nos llamó, cuando no teníamos las cosas claras hemos intentado ir por donde nos parecía mejor. Sin embargo, muchas veces el Señor tenía otros planes, otros designios. Y nos forzó a buscar sus signos para no armar nuestro propio plan, sino escuchar, aceptar y cumplir el suyo. Esos signos han sido varios: la autoridad de la Iglesia, que a lo largo de estos primeros 25 años, ha sido instrumento de Dios para conducirnos y hacernos madurar; la necesidad profunda de la gente; la pobreza nuestra, porque Dios es el que hace la obra; y otros signos que hemos tenido personalmente, que nos reservamos de compartir por prudencia.
En suma, comprendemos la pregunta de Abram: "¿Cómo sabré que ha de ser mía?" porque es como preguntarle a Dios ¿qué signo tengo de que esto es tuyo y no fruto de mi imaginación? ¿debo esperar o debo provocar que suceda? ¿me lo darás por gracia o por esfuerzo mío? Y se pueden hacer muchas preguntas más.
Desde nuestra experiencia, compartimos que Dios no nos ha dejado ponerle delante nuestros planes, Él nos ha puesto los suyos. Calasanz fue un hombre de obediencia, virtuosamente, y es nuestro ejemplo. Nuestro carisma y misión no es cabezonada nuestra, no es un proyecto nuestro, ha sido dado por el Señor, y discernido durante todo el tiempo que tenemos de existencia como comunidad. Y sabemos que es una gracia para el mundo, un tesoro enorme, en una fragilísima vasija de barro que es nuestra comunidad.
Animamos a quien lea esto a que se anime a entregarse a Dios totalmente, a hacer el proceso de aprender a obedecerle para que se haga su voluntad así en la tierra como en el cielo.