A la nación de Israel Dios le pone un nombre nuevo porque al hacer alianza con ella se considera su esposo y a ella la considera desposada con Él, y es como que le da su apellido.
El tener un nombre nuevo es signo de haber sido desposada. Hoy como la mayoría de las parejas no se casan, no se dan ningún nombre nuevo. Sólo se juntan, y esto hace que no se pertenezcan del todo. Están si funcionan, continúan si no les va mal, tiran si aguantan, duran si no se aburren.
Pero si se desposan, si se casan con el sentido de atarse en un compromiso mutuo y público, como una promesa pública de mantener el vínculo, la relación, la mutua pertenencia, la mutua exclusividad, la mutua referencia, la mutua asistencia, el mutuo amor practicado más allá de los sentimientos -es decir, hecho convicción desde el alma, hecho opción desde la voluntad, hecho don desde la generosidad desinteresada-, entonces tiene sentido asumir un nombre nuevo, la esposa el nombre nuevo que le nombra su esposo, y el esposo el nombre nuevo que le nombra su esposa.
Dios ha dado el Nombre sobre todo nombre a su Hijo que se casó con nosotros, Jesús (cf. Flp 2, 9), y es Él el que cumple la profecía de Isaías, al desposarnos y asumir nuestra condición humana en todo menos en el pecado, pero cargando sobre sí todas nuestras culpas. Y nos ha llamado "Mi deleite", "Desposada" (Is 62, 4). Nos ha llamado "Mi Iglesia" (Mt 16, 18), "Mis ovejas" (Jn 10, 27).
Cuando yo acepté que tengo esos nombres me dejé desposar y comencé el camino del amor esponsal con el que dio su vida por mí. Bendigo al Dios bueno que ha querido darme tan grande don: ser cristiano, ser Iglesia, tenerlo como Pastor.